Cruzando fronteras que se cierran
La semana pasada me encontraba en el Starbucks de un centro comercial en Ciudad del Carmen, Campeche, lugar que había sido mi hogar por los últimos seis meses y medio, cuando trabajaba como profesora adjunta de inglés para el Programa Fulbright. Leía por encima las notas sobre el Covid-19 que saturaban las noticias, desde un lugar que todavía se percibía muy lejos de la pandemia. Y entonces recibí un aviso del Departamento de Estado de Estados Unidos que cambió todo. Debido a la propagación global del Covid-19, el Departamento de Estado “recomendaba terminantemente a todos los participantes actuales del Programa Fulbright tomar las medidas necesarias para salir del país al que se les había asignado con la mayor prontitud posible”, decía la notificación. Y, si bien no se nos obligaba a salir, si elegíamos quedarnos “no tendríamos garantía” de recibir ayuda para salir más adelante.