Mujeres, sistema penitenciario y educación con perspectiva de género

Cuando enseñé escritura creativa en una cárcel femenil de Arizona, una de mis estudiantes trabajó durante todo el semestre en una carta para su mamá, a quien quería agradecer por llevar a sus hijos cada vez que podía a visitarla en la cárcel —a pesar de los dos o tres autobuses y las dos o tres horas que debía invertir para llegar, todo en una silla de ruedas. Otra alumna escribió un perfil sobre su hermana, la única persona que realmente entendía el abuso físico y psicológico que había sufrido de niña, y quien había muerto hace muchos años. Una más escribió un ensayo sobre su batalla contra la adicción a los opioides, y las circunstancias que ocasionaron tal dependencia.

Cruzando fronteras que se cierran

La semana pasada me encontraba en el Starbucks de un centro comercial en Ciudad del Carmen, Campeche, lugar que había sido mi hogar por los últimos seis meses y medio, cuando trabajaba como profesora adjunta de inglés para el Programa Fulbright. Leía por encima las notas sobre el Covid-19 que saturaban las noticias, desde un lugar que todavía se percibía muy lejos de la pandemia. Y entonces recibí un aviso del Departamento de Estado de Estados Unidos que cambió todo. Debido a la propagación global del Covid-19, el Departamento de Estado “recomendaba terminantemente a todos los participantes actuales del Programa Fulbright tomar las medidas necesarias para salir del país al que se les había asignado con la mayor prontitud posible”, decía la notificación. Y, si bien no se nos obligaba a salir, si elegíamos quedarnos “no tendríamos garantía” de recibir ayuda para salir más adelante.

Una crisis diferente en la frontera

En Imperial Beach, California, Naco y Nogales en Arizona y en comunidades a lo largo del río Grande en Texas — los residentes tienen un desafío en común: La lluvia ocasiona problemas. Y muchas veces, después de que llueve, apesta. La causa de esto es una red anticuada de tuberías y plantas de tratamiento de aguas residuales que conectan a comunidades de México con Estados Unidos. Cuando llueve, los sistemas de tubería para aguas residuales en México se saturan con agua pluvial. Las tuberías pueden fracturarse y derramar aguas negras de ambos lados de la frontera. Esto no solo ocasiona un olor pútrido sino también riesgos para el medio ambiente y la salud pública. Hace aproximadamente 70 años, cuando la infraestructura fue construida, era suficiente, pero con el paso del tiempo y el crecimiento acelerado de la población mexicana se genera más volumen de aguas residuales, y la infraestructura no ha seguido el ritmo de ese crecimiento.

Ciudades fronterizas unidas en la búsqueda de oportunidades económicas

DOUGLAS, Ariz. — En la Avenida G en Douglas, Arizona, Robert Uribe se siente como en casa. Camina con confianza, vestido con una chamarra marrón, y sus ojos oscuros enmarcados por lentes circulares. La avenida es ancha, rodeada con edificios de ladrillo y una vista de la barda fronteriza. Caminar con Uribe no es como ir en una autopista; hace paradas seguidas para hablar con residentes, a quienes saluda de nombre. Es el alcalde. Uribe voltea a su alrededor y señala negocios que han cerrado y a los otros que siguen luchando por la atención de los visitantes al centro de la ciudad. Uribe sabe lo difícil que es ser dueño de un negocio pequeño en la ciudad fronteriza de Douglas, porque él también fue negociante; en 2012, justo en la avenida que recorre, su esposa y él abrieron Galiano’s Café, un café local y un centro de arte y cultura.

Preocupa amenaza a salubridad fronteriza por fuga de aguas negras

AMBOS NOGALES — Debajo de la frontera que divide las comunidades de Nogales, Sonora y Nogales, Arizona, radica una de las muchas cosas invisibles que las unen: tuberías de aguas residuales. Aunque hay una planta de tratamiento en el lado sonorense, la mayoría de los aguas residuales de Nogales, Sonora son tratadas en una planta en Rio Rico, Arizona — lo que genera una conexión profunda entre las políticas en cuanto al agua de las dos comunidades. Pero ahora, algunas bombas que forman parte de la infraestructura del sistema de tratamiento de aguas residuales en el lado mexicano se encuentran dañadas — y como consecuencia, aguas negras están fluyendo de forma intermitente del lado sonorense al Canal de Nogales en Arizona, según el Departamento de Calidad Ambiental de Arizona.

Comunidad fronteriza: La crisis real en la frontera es económica

En el puerto de entrada para peatones en la frontera en Douglas, Arizona, hay cámaras, agentes de migración, una cerca alta, y — quizás lo más sorprendente — un espacio para dejar carritos de Walmart. Los carritos son un recuerdo del intercambio económico entre Estados Unidos y México que algunas veces se pierde dentro de la retórica sobre la frontera que ha dominado el país en los meses recientes. “El estado sin ley de nuestra frontera sur es una amenaza para la seguridad y el bienestar financiero de todo el país”, dijo el presidente Donald Trump el martes en su discurso del Estado de la Unión. Pero la crisis real que enfrenta Douglas, ubicada a 200 millas al sureste de Phoenix, y otras ciudades fronterizas, dijo el alcalde Robert Uribe, no es la crisis que Trump ha señalado.

Activistas en la frontera dicen que su trabajo no es delito

TUCSON — Un sábado de enero hacia las 12 de la tarde Geena Jackson y Justine Orlovsky-Schnitzler llenaron sus mochilas con galones de agua y latas de frijol en el desierto cerca de Arivaca, Arizona. Las voluntarias del grupo humanitario No Más Muertes empezaron a caminar por un sendero, abriéndose paso entre arbustos gruesos y ramas espinosas para dejar esa ayuda humanitaria en un zona conocida por el paso de migrantes cruzando la frontera entre México y Estados Unidos. Apenas hace una semana, esa organización encontró los restos de dos personas en el desierto, dijo Jackson, quien ha trabajado con el grupo desde 2012. Y son situaciones como esta las que motivan a los voluntarios a seguir en su labor humanitaria convencidos de que pueden salvar más vidas.

Activistas al poder

Raquel Terán creció en la frontera sur de Arizona, en lo que llama “la calle que divide Estados Unidos y México”, mirando las familias que cruzaban la frontera para perseguir la promesa del sueño americano. Para ella, la inmigración fue y sigue siendo un proceso natural. Por eso, cuando el sentimiento antiinmigrante se desarrolló en Arizona, a ella le parecía un ataque en contra de su comunidad — un ataque en contra de su identidad.